La campaña 2019/2020 está llegando a su fin, donde se están cosechando las últimas hectáreas de maíz. Según el último informe del Ministerio de Agricultura se estaría logrando una producción cercana a los 139 MM de t, logrando así, la segunda campaña récord luego de la histórica 18/19. A su vez la nueva campaña ya está en marcha, se está terminando de sembrar la fina y en plena planificación de los cultivos de gruesa. Como cada año, el comienzo de la campaña genera grandes expectativas en el sector agroindustrial y cada vez más en la economía nacional.
El sector agroindustrial argentino mostró ser uno de los más competitivos de la industria internacional, donde año a año se supera, aumentando su producción y participación en el mercado internacional. Ahora bien, la pregunta es: ¿Es sostenible? ¿Es posible seguir aumentando nuestra producción? ¡La respuesta rápida es sí! ¡Sin dudas que sí!
Como es sabido, el crecimiento demográfico global y el consecuente aumento de la demanda de alimentos y energías, generan un incremento sostenido en la demanda de granos, subproductos y carnes, donde argentina tiene un papel protagonista en la producción y exportación de dichos productos.
Si analizamos, la producción agrícola nacional aumentó prácticamente un 50% en los últimos 10 años, pasando de 95 a 139 millones de t, marcando un crecimiento sostenido del 5% año a año. Por otro lado, hace poco más de un año, la Bolsa de Cereales publicó un informe detallado donde describe la posibilidad de lograr hacia 2027 una producción de 200 millones de t, a partir de la mejora productiva por una reducción de las brechas de rendimiento contra los rindes potenciales y la mejora de la cadena logística. Esto demuestra que el crecimiento de la producción es posible en el mediano plazo, pero sin dudas que nos presenta grandes desafíos, que intentaremos describir a continuación:
Las brechas de rendimiento se refieren a la diferencia entre los rindes medios y el rinde potencial obtenible en secano para cada cultivo, y a su vez a la diferencia de rinde entre los productores a igual condición ambiental. Estas diferencias las podemos explicar por dos razones: La primera la podemos atribuir a las tecnologías de insumo, como pueden ser los fertilizantes, fitosanitarios, genética, etc., donde Argentina tiene una gran oportunidad de crecer a partir de un mayor nivel tecnológico. Por citar un ejemplo, si analizamos el uso de fertilizantes, Argentina tiene una dosis promedio marcadamente inferior a países como Brasil y Estados Unidos. Diversos estudios de la Asociación Fertilizar muestran la oportunidad de duplicar el mercado de fertilizantes, a partir de aumentar las dosis de aplicación, la cual permitirá un crecimiento en los rendimientos y la producción. Tenemos varios proyectos de ley en pos de incentivar el mayor uso de fertilizantes a través de beneficios fiscales beneficiando a todos los actores de la cadena generando mayor recaudación para el estado. Ojalá se puedan concretar para el bien del país en su conjunto.
Por otro lado, si analizamos las tecnologías de procesos o las también llamadas de “costo cero”, encontramos que el correcto planteo productivo, generado a partir de la elección de la mejor combinación de genética, densidad y fecha de siembra para cada ambiente, tienen un peso preponderante en la generación del rendimiento de cada lote, donde vemos que hay una clara brecha a mejorar.
Sin dudas el productor tiene un papel protagónico en este crecimiento, pero no es el único responsable del éxito del mismo. En un contexto sumamente desafiante, con el crecimiento exponencial de las malezas resistentes, aumento de costos de producción y la necesidad de preservar la sustentabilidad de nuestros sistemas productivos, lograr este salto productivo a nivel nacional requiere de la colaboración y trabajo en equipo de todos los actores de la cadena productiva: El productor, lógicamente, invirtiendo y llevando adelante la producción desde la planificación hasta la cosecha; las empresas de insumos y sus redes de distribución, transfiriendo conocimiento y soluciones a los productores; las instituciones y organizaciones, a través de la extensión y de la promoción de las mejores prácticas; las nuevas empresas de tecnología, brindando herramientas que mejoran y facilitan las prácticas agrícolas; y sin dudas el estado con políticas que fomenten la inversión, previsión fiscal y estabilidad a mediano-largo plazo.
Claramente, el logro de dicho salto productivo trae múltiples beneficios para el sector y el país, con un incremento de exportaciones y generación de divisas, mayor movimiento de transporte, generación de empleo, etc. Desde ya el desafío es enorme, pero creemos que tenemos todas las herramientas y un ecosistema agroindustrial único que puede indudablemente superar dichas barreras, explotando esta oportunidad.
Matias Saint Andre
Analista de Negocios – b2b-agri